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luns, 21 de novembro de 2016

La última curtiduría de León.

Genaro González y Javier Revilla en el patio de la tenería de Santa María del Páramo.

Javier Revilla | 10/11/2016 LaNuevaCrónica.

Museo del curtido: ¿última oportunidad?
El historiador y especialista en patrimonio industrial, Javier Revilla Casado, hace un repaso a las opciones que podrían darse para la pervivencia de la última curtiduría de León.

Genaro González Alonso sigue hoy por hoy trabajando las pieles en su impresionante fábrica-tenería de Santa María del Páramo, manteniendo así la herencia recibida de siglos atrás. No es mayor y aún le quedan años para jubilarse, pero Genaro sí acusa ya el desgaste de muchas décadas manteniendo el negocio en solitario, con unas grandes instalaciones muy antiguas que son una carga difícil de mantener.
Si decidiera abandonar algún día, cosa nada improbable, Genaro pondría fin al curtido de la piel en la provincia de León. Porque Genaro González es nuestro último curtidor, al menos el último que lo hace de un modo industrial-tradicional: salando las pieles, rehidratándolas con molinetas, curtiéndolas en bombos de madera junto a extractos vegetales, estirando, engrasando, tiñendo...



Por todo ello, ver trabajar a Genaro en su tenería es un deleite y un privilegio. Se nota que recoge en sí mismo toda la experiencia de una larga saga familiar que ya iniciara su tatarabuelo Froilán González Prieto, hombre de negocios dedicado también a la arriería y a la fabricación de harinas.



Y es que la curtiduría de los González hunde sus raíces hasta el año 1887. Conserva un edificio verdaderamente espléndido en el que mantiene una arquitectura original que combina perfectamente la piedra, el tapial y sobre todo la madera. Así, entrar en los espacios de esta vetusta tenería nos traslada a otro universo: la tenue luz, los olores de la piel, los sonidos de las máquinas en funcionamiento, el chapoteo del agua…



Patrimonialmente, esta fábrica de curtidos situada en pleno casco urbano de Santa María se trata de un conjunto impresionante, amplio y dotado con bellísima maquinaria antigua que sigue en funcionamiento. Pequeñas reformas de hace unos años han enmascarado parcialmente los entramados de madera de las paredes o las losas de pizarra del suelo, pero todos los materiales originales siguen ahí debajo, siendo susceptibles de volver a poner a la vista tras una adecuada restauración.
Como digo, máquinas y herramientas centenarias se conservan bastante bien; unas ya paradas por obsoletas, pero otras muchas todavía en plena actividad. Todas ellas situadas en una planta baja en la que se realizaban los distintos procesos de curtido, distribuyéndose en varios espacios encajados entre un bosque laberíntico formado por antiquísimas columnas de madera.



En un piso superior, las pieles ya curtidas se engrasan, estiran, tiñen, afinan y dejan secar. Tales labores se realizan sobre grandes mesas cuyas superficies son placas de mármol que, dado su enorme tamaño, quizá se colocasen antes de terminar de construir la cubierta de la fábrica hace siglo y medio. Precisamente la techumbre original es otra de las joyas del conjunto; de sus cerchas cuelgan las pieles terminadas para que sequen, convenientemente aireadas gracias a la regulación de la ventilación interior que permitían unas ventanas-persiana interesantísimas.
Añadan a todo lo anterior el utillaje e instrumental que hoy utiliza Genaro y con en el que quizá ya trabajasen en el pasado. A estos útiles Genaro ha añadido una buena colección de herramientas propias de guarnicioneros, talabarteros y zapateros, oficios que trabajaban con las pieles curtidas que salían de esta u otras tenerías; y es que con los años Genaro ha ido acumulando estas piezas con una idea clara: crear un museo.



Sin duda, la fábrica de curtidos de la familia González merece su conservación y puesta en valor. Muchas veces musealizamos ruinas, bellas pero inanimadas, inertes; otras veces el patrimonio edificado se rehabilita y conserva mediante un nuevo uso, lo cual sucede frecuentemente con la arquitectura industrial. Lo anterior no es malo, pero hay ocasiones privilegiadas en las que apenas hay que tocar nada para crear un museo vivo y preservar en él el legado cultural que atesora; este es uno de esos casos contados.



Hace años, antes de que yo conociese la fábrica de curtidos de Genaro González, otro colega especializado en patrimonio industrial me llamó para decirme que desconocíamos el tesoro que teníamos en León; este amigo, forastero de Valladolid, me describió entusiasmado la tenería de Santa María del Páramo y a su dueño, dos joyas de valor incalculable.



Si como sociedad fuéramos capaces de conservar esta fábrica de curtidos y de adecuarla para las visitas turístico-educativas, consolidaríamos dos riquezas: la cultural-patrimonial —material e inmaterial que hemos descrito— y una nueva fuente de ingresos para la provincia. Estoy seguro de que en ella sucedería algo parecido a lo que ya ocurre en La Comunal de Val de San Lorenzo, donde anualmente son numerosos los catalanes que vienen a conocer cómo eran los antiguos telares empleados en sus fábricas hasta 1950; estas máquinas del siglo XIX y comienzos del XX desaparecieron de Cataluña por renovación modernizadora de su pujante industrialización, pues las vendieron a talleres más modestos y ahora acuden celosos a Val para contemplar estas joyas que allá no tienen. En Santa María del Páramo pasaría algo parecido, pues hay maquinaria catalana en la curtiduría que seguramente llegó aquí por obsolescencia, o al menos aquí se ha conservado y seguramente allí no, desde luego no en uso. 



Termino insistiendo con el ejemplo cercano de Val de San Lorenzo, para proponer algo similar al Batán Museo respecto a lo que se podría hacer con esta tenería paramesa. Saber conjugar la conservación material con el mantenimiento activo del oficio sería, sin duda, el máximo éxito. Que Genaro pueda seguir curtiendo en su fábrica como lo ha hecho toda su vida y que además podamos visitarlo y disfrutarlo, no tiene precio. Y la oportunidad es ahora.

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