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Genaro González y Javier Revilla en el patio de la tenería de Santa María del Páramo. |
Javier Revilla | 10/11/2016 LaNuevaCrónica.
Museo del curtido: ¿última oportunidad?
El historiador
y especialista en patrimonio industrial, Javier Revilla Casado, hace un repaso
a las opciones que podrían darse para la pervivencia de la última curtiduría de
León.
Genaro González Alonso sigue hoy por hoy
trabajando las pieles en su impresionante fábrica-tenería de Santa María del
Páramo, manteniendo así la herencia recibida de siglos atrás. No es mayor y aún
le quedan años para jubilarse, pero Genaro sí acusa ya el desgaste de muchas
décadas manteniendo el negocio en solitario, con unas grandes instalaciones muy
antiguas que son una carga difícil de mantener.
Si decidiera abandonar algún día, cosa nada improbable, Genaro pondría fin al
curtido de la piel en la provincia de León. Porque Genaro González es nuestro
último curtidor, al menos el último que lo hace de un modo
industrial-tradicional: salando las pieles, rehidratándolas con molinetas,
curtiéndolas en bombos de madera junto a extractos vegetales, estirando, engrasando,
tiñendo...
Por todo ello, ver trabajar a Genaro en su tenería es un deleite y un
privilegio. Se nota que recoge en sí mismo toda la experiencia de una larga
saga familiar que ya iniciara su tatarabuelo Froilán González Prieto, hombre de
negocios dedicado también a la arriería y a la fabricación de harinas.
Y es que la curtiduría de los González hunde sus raíces hasta el año 1887.
Conserva un edificio verdaderamente espléndido en el que mantiene una
arquitectura original que combina perfectamente la piedra, el tapial y sobre
todo la madera. Así, entrar en los espacios de esta vetusta tenería nos
traslada a otro universo: la tenue luz, los olores de la piel, los sonidos de
las máquinas en funcionamiento, el chapoteo del agua…
Patrimonialmente, esta fábrica de curtidos situada en pleno casco urbano de
Santa María se trata de un conjunto impresionante, amplio y dotado con
bellísima maquinaria antigua que sigue en funcionamiento. Pequeñas reformas de
hace unos años han enmascarado parcialmente los entramados de madera de las
paredes o las losas de pizarra del suelo, pero todos los materiales originales
siguen ahí debajo, siendo susceptibles de volver a poner a la vista tras una
adecuada restauración.
Como digo, máquinas y herramientas centenarias se conservan bastante bien; unas
ya paradas por obsoletas, pero otras muchas todavía en plena actividad. Todas
ellas situadas en una planta baja en la que se realizaban los distintos
procesos de curtido, distribuyéndose en varios espacios encajados entre un bosque
laberíntico formado por antiquísimas columnas de madera.
En un piso superior, las pieles ya curtidas se engrasan, estiran, tiñen, afinan
y dejan secar. Tales labores se realizan sobre grandes mesas cuyas superficies
son placas de mármol que, dado su enorme tamaño, quizá se colocasen antes de
terminar de construir la cubierta de la fábrica hace siglo y medio.
Precisamente la techumbre original es otra de las joyas del conjunto; de sus
cerchas cuelgan las pieles terminadas para que sequen, convenientemente
aireadas gracias a la regulación de la ventilación interior que permitían unas
ventanas-persiana interesantísimas.
Añadan a todo lo anterior el utillaje e instrumental que hoy utiliza Genaro y
con en el que quizá ya trabajasen en el pasado. A estos útiles Genaro ha
añadido una buena colección de herramientas propias de guarnicioneros,
talabarteros y zapateros, oficios que trabajaban con las pieles curtidas que
salían de esta u otras tenerías; y es que con los años Genaro ha ido acumulando
estas piezas con una idea clara: crear un museo.
Sin duda, la fábrica de curtidos de la familia González merece su conservación
y puesta en valor. Muchas veces musealizamos ruinas, bellas pero inanimadas,
inertes; otras veces el patrimonio edificado se rehabilita y conserva mediante
un nuevo uso, lo cual sucede frecuentemente con la arquitectura industrial. Lo
anterior no es malo, pero hay ocasiones privilegiadas en las que apenas hay que
tocar nada para crear un museo vivo y preservar en él el legado cultural que
atesora; este es uno de esos casos contados.
Hace años, antes de que yo conociese la fábrica de curtidos de Genaro González,
otro colega especializado en patrimonio industrial me llamó para decirme que
desconocíamos el tesoro que teníamos en León; este amigo, forastero de
Valladolid, me describió entusiasmado la tenería de Santa María del Páramo y a
su dueño, dos joyas de valor incalculable.
Si como sociedad fuéramos capaces de conservar esta fábrica de curtidos y de
adecuarla para las visitas turístico-educativas, consolidaríamos dos riquezas:
la cultural-patrimonial —material e inmaterial que hemos descrito— y una nueva
fuente de ingresos para la provincia. Estoy seguro de que en ella sucedería
algo parecido a lo que ya ocurre en La Comunal de Val de San Lorenzo, donde
anualmente son numerosos los catalanes que vienen a conocer cómo eran los
antiguos telares empleados en sus fábricas hasta 1950; estas máquinas del siglo
XIX y comienzos del XX desaparecieron de Cataluña por renovación modernizadora
de su pujante industrialización, pues las vendieron a talleres más modestos y
ahora acuden celosos a Val para contemplar estas joyas que allá no tienen. En
Santa María del Páramo pasaría algo parecido, pues hay maquinaria catalana en
la curtiduría que seguramente llegó aquí por obsolescencia, o al menos aquí se
ha conservado y seguramente allí no, desde luego no en uso.
Termino insistiendo con el ejemplo cercano de Val de San Lorenzo, para proponer
algo similar al Batán Museo respecto a lo que se podría hacer con esta tenería
paramesa. Saber conjugar la conservación material con el mantenimiento activo
del oficio sería, sin duda, el máximo éxito. Que Genaro pueda seguir curtiendo
en su fábrica como lo ha hecho toda su vida y que además podamos visitarlo y
disfrutarlo, no tiene precio. Y la oportunidad es ahora.
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